La avispa

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Relato breve

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He decidido ir a verla. Sé que no olvida mi equívoco comportamiento y que su posición es de frialdad absoluta. Pero no puedo seguir vegetando entre la tierra seca esperando que llueva. Debo de ir a por agua y ella es la alcarraza que me hace brotar de entusiasmo. Mi presente y futuro. Por eso he decidido recorrer los kilómetros que nos distancian para estar frente a ella y confesarle mi error. Pedirle una nueva ocasión para expresarle que es todo para mí.

Llevo varias horas sobre el asfalto de un día caluroso. Estoy deshidratado por el desamor y ahora el viento de poniente se suma a la velocidad de mi motocicleta quemándome la cara con ahínco; tengo chamuscado el casco y todo lo que alberga. Mas no desfallezco porque sé que al fin obtendré su perdón.

Por momentos ya no viajo sólo con mis carencias, una atolondrada avispa revolotea sobre mi cara con intenciones poco saludables. Ya sólo me faltaba el acoso de un considerable aguijón. Obstinada, bate sus minúsculas alas recorriendo mi contorno. Ignoro su verdadero propósito pero después de varios manotazos arriesgados para ahuyentarla, está logrando ponerme nervioso.

Algo me dice que la puñetera es conocedora de mi debilidad: soy alérgico a su veneno. El tiempo sólo hace que consiga irritarme y, para dejarla atrás, doy un acelerón sostenido. Mi máquina ruge consiguiendo una velocidad de vértigo, y cuando creo haberla despistado me la encuentro frente a mis ojos mariposeando de nuevo.

Ya no se qué pensar. Afligido y angustiado por su insistencia milagrosa, me pregunto si será de verdad un insecto normal o estará poseído por el aliento de mi desamor que debe de estar deseando impedir mi arribada. No me extrañaría que tuviese que ver algo con ella, pues sé que le afectan los tránsitos de la luna. Y, en una ocasión, la vi encender velas cuando manejaba la mandrágora y el estramonio. Seguro que hace rituales con agua virtuosa e inquieta en el silencio oscuro de las umbrías.

En un instante el maldito bicho se posa sobre mis labios y lo expulso con un escupitajo violento. Al tiempo que se esfuma, la velocidad me devuelve de inmediato el líquido viscoso sin piedad. Y me estiro la braga del cuello para ocultarle mi rostro.

No han pasado ni tres segundos y ya la tengo de nuevo correteando por los alrededores de mi cabeza. Me ha identificado y seguro que busca desorientarme; descentrar mi atención sobre la carretera. Y cuando un descuido inevitable le abra la puerta para hincar su aguijón en mi pescuezo: ¡zas!, joderme vivo.

Decido, pues, con más fuerza que nunca, aumentar la velocidad y, en un descuido, sorprenderla con un “reprise” fuera de toda posibilidad orgánica. Y salgo como un cohete dispuesto a dejarla tirada sobre el seco arcén. Acelerando a tope aumento las revoluciones de mi motor por encima de lo que sería recomendable, pero estoy dispuesto a correr riesgos evidentes para dejar otros atrás.

No deseo mirar el cuentarrevoluciones y sigo agachado, rendido sobre el depósito de gasolina, para ofrecer la mínima resistencia al viento. Sin levantar la mirada más allá de lo necesario, veo perplejo a la avispa parapetada sobre el espejo de mi retrovisor. Sin pensarlo, le doy un manotazo impetuoso desequilibrando la máquina y, en segundos, me voy al suelo con ella.

Mi cuerpo abandona la montura y se arrastra sólo, dirigiéndose al letal quitamiedos. El golpe es violento y la tremenda inercia me hace envolverme repetidamente sobre su larga estructura metálica, como haría una bailarina enamorada del diablo. Quedando finalmente abrazado a él, detenido, inmóvil en el infierno, consciente de que los múltiples traumatismos y cortes me extraen la sangre sin contemplaciones.

Siento un dolor intenso en el brazo y, esforzándome, descubro a través de mi vista brumosa como sale un hilo de sangre por el codo que corretea por el asfalto. Sobre la herida, la maligna avispa chupando mis glóbulos rojos que oxigenan la carretera.

La miro. Me mira. Seguro que sabe que sólo podría intentar soltarle un manotazo errático, por eso está tan tranquila. Y mirándola con fijeza dispuesto a aguantar un dolor cruel, giro, por sorpresa, el brazo descoyuntado sobre el asfalto, aplastándola contra el negro alquitrán.

Antes de morir la muy astuta me ha clavado el aguijón. Sonrío, ahora ya no importan las alergias y, con mi dedo y mucho padecimiento, dibujo un corazón de sangre a su alrededor, cerrando los ojos.

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Enrique Masip Segarra [2016]. © Todos los derechos reservados.

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enmasecs@hotmail.com

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Vespa_mandarinia

La vespa mandarinia es una avispón asiático gigante, insecto himenóptero de la familia Vespidae. Tiene una longitud de 5 cm y una envergadura alar de 7,5 cm. Es muy corpulenta y posee un potente veneno capaz de disolver los tejidos. Fot. de Gary Alpert. Vía EQM.